Nos acercamos al vigésimo aniversario del fallecimiento de Juan Pablo II, pues el día 2 de abril de 2005 partía de este mundo a la casa de Dios, un hombre extraordinario, un “Mensajero de Dios”. La fecha de su fallecimiento nos motiva para alabar a Dios por su pontificado, por guiar a la Iglesia durante los 26 turbulentos años de la historia del siglo XX y XXI, por su inmenso aporte a la evangelización y a la creación de la civilización del amor, pero también nos motiva a profundizar su pensamiento y a reconocer su grandeza. Cada uno tendrá su apreciación al respecto, pero sin lugar a dudas -en diferentes grados- muchos quedamos marcados por el pontificado del “Santo Subito”, maravillados por su celo apostólico y sus viajes misioneros, por sus cualidades carismáticas, su personalidad, su facilidad para entablar el contacto con la gente y la popularidad extraordinaria entre la gente joven.

No es mi intención en este breve texto presentar un discurso teológico bien ordenado; tampoco se trata de evaluar su visión pastoral teniendo en cuenta los diferentes contextos en los cuales se desarrollaba su pontificado. La historia del Papa Juan Pablo II es muy conocida, por eso me gustaría sólo señalar –en forma libre y espontánea- algunas pinceladas sobre su influencia en mi vida personal, sacerdotal, religioso- misionera; me gustaría destacar su lucha titánica por la libertad de los pueblos (especialmente de los países comunistas), la caída del Muro de Berlín, etc. Resulta imposible, por lo menos para mí, imaginar el contexto actual y la situación socio económico-política de la Europa del Este sin tener en cuenta el rol protagónico del Papa Juan Pablo II. Muchas son las enseñanzas y hechos que marcaron y dejaron huellas profundas en mi vida. Para una mayor claridad de ideas y el orden de la presentación, voy a guiarme por el desarrollo cronológico de los hechos, fechas y/o eventos.

Por primera vez, me encontré con al Papa Wojtyla siendo estudiante de la escuela secundaria, cuando hizo su primer viaje misionero a Polonia en el año 1979. Para la inolvidable peregrinación, eligió como temática de sus reflexiones el DECÁLOGO. Recuerdo vivamente estos momentos de entusiasmo y fervor, emoción de la gente y la posterior conversión que vivió el pueblo polaco. En aquel momento yo tenía sólo 17 años, una edad muy crítica y cuestionadora, muchos éramos jóvenes idealistas, casi revolucionarios, dispuestos a sacrificar cosas importantes para cambiar la sociedad. El viaje del Papa Juan Pablo II era un verdadero retiro espiritual nacional. Impactaba ver las muchedumbres congregadas en todos los lugares por donde pasaba el Mensajero de Dios, maravillaba su mensaje fresco, nuevo, profundo e inspirador.  Sus palabras calaban en el corazón de las personas que buscaban una renovación espiritual y cambios de sus condiciones de vida. En distintos ámbitos, se comentaban sus mensajes, palabras llenas de esperanza, de fe que causaban el compromiso cristiano y desafío ciudadano. El Papa nos hacía ver que todos nosotros (y no sólo lo que nos gobiernan) somos protagonistas de nuestra historia y de la historia. Escucharlo a él era como escuchar la voz de Dios. La frase que quedó grabada a fuego en el corazón del pueblo polaco hasta el día de hoy era: “Que descienda tu espíritu y renueva la faz de la tierra”. Eran palabras proféticas y un verdadero programa de vida. Por un lado, hablaba Wojtyla, un hombre en sotana blanca, pero la gracia de Dios producía la transformación interior, más profunda y duradera. Como resultado de su primer viaje misionero a Polonia, unos meses más tarde, nació el Sindicato Obrero: “SOLIDARNOSC” (La Solidaridad).

Con la primera encíclica “Redentor Hominis” – en español: El Redentor del Hombre marcaba el Papa Juan Pablo II una senda para su pontificado. Wojtyla nos decía: “El hombre no se entiende a si mismo ni quien es ni cuál es su vocación sin una referencia a Cristo”. Por otro lado, destacaba la dimensión social del hombre. No por casualidad, Labaorem exercens (1981), Familiaris consortio (1981) y Solicitudo rei socialis (1987) constituyen tres pilares de sus reflexiones. En aquel momento no podía imaginarme que estos planteos cristológicos del Papa me iban a cambiar a mí también, que gradualmente todo esto me preparaba para los futuros estudios sobre la Teología de la Liberación que cursé en España en los años 1991-1993. Ahí comprendí mejor y con más profundidad, la importancia del acercamiento a la vida histórica de Jesús.

La elección del Papa Wojtyla para ocupar la Sede de San Pedro, tuvo un efecto profundo e inmediato en la Iglesia polaca, en la sociedad en general y en los jóvenes en modo particular. Se veía por todos lados, un despertar social, eclesial, político y sobre todo el interés por la vida religiosa, sacerdotal y misionera. En los años que siguieron, a posteriori, aumentó considerablemente el número de vocaciones. Un año más tarde en 1980, yo también entraba a la Congregación de los Misioneros del Verbo Divino, comenzando mi proceso de formación cristiana, ciudadana y sacerdotal. Poco a poco iba creciendo en mi amor por el Reino de Dios. Inspirado en los mensajes del papa pronunciados en diferentes lugares y en distintos tiempos sentía un imperioso deseo de llevar el evangelio a los demás, que finalmente se concretó en el 1988 cuando fui enviado a Argentina, donde estoy trabajando hasta el día de hoy.

Durante los siete años de mi formación filosófico- teológica en la Universidad, iba empapándome también de la lucha por la libertad y por los derechos humanos. Creció en mi un inmenso deseo para que Jesús sea conocido y amado por todos. Comprendía cada vez más, que la propuesta cristológica del Papa Wojtyla: “El hombre no se entiende a si mismo ni quien es ni cuál es su vocación sin una referencia a Cristo”, era una respuesta adecuada para el mundo de aquel entonces. Hoy queda claro que el hombre puede construir un mundo sin Dios, pero ¿qué mundo? ¿Qué sociedad?

El Papa Juan Pablo II visitó su Patria (Polonia) 9 veces. ¿No es demasiado? Puede ser, pero era necesaria su presencia en los momentos transcendentes de los pueblos que bregaban por la libertad y por el cambio del sistema y las condiciones de vida.

Los cambios en el mundo no aparecen solos, cada uno de ellos tiene sus causas y actores concretos. Por consiguiente, no se comprende el cambio del sistema comunista en Polonia sin el compromiso del Papa y de la Iglesia católica decidida para hacerlo. Todos conocíamos la persecución de los opositores, los interrogatorios de los que pensaban diferente, las torturas de los sacerdotes que denunciaban la falta de libertad para poder expresar libremente nuestra fe.

En este contexto tan particular, acontece el asesinato de uno de los sacerdotes más destacados del Sindicato SOLIDARNOSC, Jerzy Popieluszko. Subrayo este acontecimiento para que se comprenda mejor la lucha de millones de trabajadores y de la Iglesia misma para terminar con muchas esclavitudes que impone el sistema comunista.

El aporte del papa Wojtyla en todo lo que es la historia de Polonia, en la formación de miles de sacerdotes, religiosos, laicos comprometidos, profesionales, etc, es inmenso. No sé si en algún momento se podrá redimensionar plenamente lo que hoy Polonia y el mundo entero debe a este hombre, “Santo Subito”. El Papa Juan Pablo II era pastor, amaba a sus feligreses y los feligreses respondían a su amor. El Papa polaco me marcó a fuego que los valores cristianos y humanos no se negocian, que Dios no la regala la LIBERTAD en bandeja, hay que conquistarla.

En el año 1987 viví uno de los momentos más significativos del encuentro con el Papa Juan Pablo II en la Plaza de Varsovia. Por primera vez en la historia de Polonia comunista, se trataba de una celebración eucarística realizada en el lugar impensable de hacerlo hace algunos años atrás. Durante esta magnífica celebración, el Papa entregaba la cruz misionera a los que en aquel año íbamos a evangelizar. Éramos 193 sacerdotes, religiosos y religiosas. El número tan alto era el regalo de la Iglesia polaca para el Papa Juan Pablo II.

Marcado por esta vivencia tan única y profunda, unos meses más tarde, en el año 1988 partía a Argentina cruzando por primera vez el Océano Atlántico. Con este bagaje cultural, y preparación teológica comencé mi caminar misionero en Argentina. Desde el comienzo, me chocaba la realidad, los contrastes de pobreza y las situaciones de injusticia. Por un lado, resonaban en mis oídos fuertemente las palabras del Papa Juan Pablo II: “América Latina, continente de Esperanza”, pero por el otro, la vida diaria con frecuencia lo desmentía.  Me preguntaba: ¿cómo es posible que, en los lugares donde se anuncia el amor y el servicio a los demás, haya tantos pobres, fuertes contrastes, injusticias? La única respuesta era que muchos se llaman cristianos, pero por su modo de ser y actuar no siempre lo son.

En este contexto de lucha, de muchas preguntas e innumerables búsquedas, apareció mi contacto con la Teología de la Liberación, una teología que trata de dar una repuesta a los problemas del hombre y de la sociedad de hoy en América Latina. Consecuente con mis cuestionamientos, al hacer mi capacitación teológica en Madrid, me propuse investigar más de cerca dicha problemática, eligiendo como tema de mi tesis: “el seguimiento de Jesús desde la opción por los pobres en la Teología de Jon Sobrino. Los estudios me marcaron, cambiaron mi mente y corazón. Las herramientas aportadas por la Teología de la Liberación y la intuición del Papa Juan Pablo II desarrollada en su encíclica “REDENTOR HOMINIS” eran la clave para interpretar la realidad y hacer mi trabajo misionero en Argentina…

Para ir cerrando, por última vez me encontré al Papa Juna Pablo II en su capilla privada concelebrando junto a él la misa en el año 2001. Con más conocimientos y experiencia, pero con el mismo entusiasmo para evangelizar, observaba como este Mensajero de Dios, de casi 81 años se comunicaba con Dios celebrando el sacrificio más grande, que es la actualización de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, pues, la eucaristía es el corazón vivo de la Iglesia y de la vida de cada sacerdote. A posteriori, durante la audiencia privada, recibí el rosario que uso y rezo hasta el día de hoy. Al entregármelo, el papa ya enfermo, me miró con una mirada profunda, difícil que la pueda olvidar en el resto de mi vida, en latín: Benedicat Deus Omnipotens Pater, Filius et Espíritu Santo. Con esta bendición papal, en el año 2001 volvía a Argentina.

Desde el primer encuentro con el Papa (año 1979) pasaron ya 45 años. Y hoy me pregunto desandando el camino andado: ¿todo lo que cuento es pura casualidad? No, no hay casualidades. Los mensajes, hecho, su testimonio dejaron huellas profundas en mi vida personal y sacerdotal. Dios nos va preparando a cada uno según su proyecto, como él lo tiene previsto. Y la gran tarea de cada uno es ir sintonizando con la voluntad de Dios, según el tiempo en que nos toca vivir y según las actuales circunstancias.

¿Cómo no alabar a Dios por el pontificado del Papa Grande, del “Santo Subito”? ¿Cómo no reconocer a uno de los pontificados más largos de la historia, por su aporte a la teología, a la misión y por su ejemplo y testimonio de vida?  Podría decir: El Papa Wojtyla pasó por este mundo dejando huellas profundas en la Iglesia, en el mundo y su aporte a los cambios políticos y sociales quedan para que los estudiosos puedan estudiar y otros sacar las enseñanzas. Cada uno nace y vive donde Dios lo ha determinado, pero -subrayo- mi historia personal y sacerdotal no se entiende sin el Papa Juan Pablo II, sin su lucha por la Libertad, sin su compromiso para derrumbar el COMUNISMO, y sin su celo apostólico y misionero. Todos necesitamos maestros, guías, y para muchos -por lo menos a mí- el Papa Juan Pablo II lo es.

Con estas palabras sencillas, pero cargadas de profundas experiencias y agradecimiento llego al final. Que bella es la vida, pero mucho más cuando está inspirada en Dios y su Evangelio.

Que Dios nos bendiga.

P. Tadeo.